CHOCOLATE Y MIGASTodas las semanas salía disparado de casa para ir a verla. Se dejaba ver por parques y jardines, saltando aceras, y pedaleando valiente y resuelto. Se acompañaba siempre de la libertad descarada que solo nos regala la infancia, y del valor insensato propio de aquellos años fascinantes, en los que cualquier cosa se curaba entre sus brazos.Conocía el camino de memoria, y se impulsaba con fuerza, sorteando obstáculos con destreza; cuando llegaba a la Calle Santiago, inevitablemente ya, el olor a chocolate llenaba sus pulmones y disparaba sus sentidos, anticipándole al tramo final; aquella cuesta le esperaba siempre altiva, y le animaba a ponerse de pie sobre la bici. Entonces dejaba caer su peso a un lado y al otro acelerando su corazón; Cuando llegaba al parking, dejaba su bicicleta bien asegurada, y corría feliz escaleras arriba. Trepaba los escalones de dos en dos, ansioso, hasta que escuchaba su voz al teléfono; Y la oía hablar francés, y reinar en aquella recepción como lo hacía en su casa, y sonreía orgulloso. Su madre le recibía eufórica. La misma ilusión cada vez que veía colarse a su pequeño por la puerta, como si hubiera olvidado la visita anterior, como si fuera la última y hubiera que acariciarle para toda una vida. Le tomaba la cara, y le atusaba el pelo rubio con devoción. Su príncipe le regalaba aquellos ratos, dejándole posos de azúcar en el alma. El hijo disfrutaba de los entresijos de aquel lugar, donde encontraba la sonrisa azul de su madre, y los chocolates, y se dejaba querer, encantado.Han pasado más de 20 años desde aquello, y aquel niño custodia muchos recuerdos en su corazón grande. Y le animo a que me cuente alguno, y me habla de los churros con mucho azúcar, de los viajes en el súper 5, del coraje de su madre, y de los bombones de licor; Sonríe recordando el alcohol para el dolor de piernas, la ineludible leche con miel, y los domingos alegres de paella y pollo asado. Y el niño, que ya es un hombre, vuelve al pasado y revive satisfecho su feliz infancia, cuando les habla a sus hijas de la abuela y de la madre, mano a mano, criando a todos, con platos colmados de migas, y de caldo casero.
Texto cedido por : Recortables y Quimeras
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